Hijo
en m2 y
Alguaciles son los dos formatos con los que se encuaderna y
sistematiza la producción de Víctor Uribe. Elijo no centrarme en lo
concerniente a la temática porque sería reducir el espectro que abarca
cada texto, pero sí es lícito hablar de una continuidad en lo que
respecta al tono (y aun así dejo mucho fuera de mi alcance).
Este
segundo libro, siempre desde mi lectura, posee un espesor mayor y quiero
decir con esto, que propone numerosos abordajes, distintas entradas y
salidas gracias a la multiplicidad de registros, hibridación genérica y
demás. Pero lo más relevante es tal vez lo indecible, lo no dicho que
tiene el arte, esa cuota de complicidad silenciosa e inasible que no está
ni en la forma ni en el contenido, que es más que la suma de las partes,
que se vuelve tan imposible como elegir un solo disco de Los Beatles, esa
crueldad placentera del arte que nos
regocija mientras nos deprimimos, y pienso en Radiohead. Y sigo sin poder
encontrar la palabra que traduzca qué es lo que vuelve tan cercana,
personal e impersonal la escritura de Víctor, como si siempre se
estuviera corriendo un poco más allá: de la literatura, de la música,
de Víctor mismo y hasta de vittorino.
Alguaciles
se abre con un epígrafe con la voz de Peter Pan que introduce el texto
del mismo modo que una azafata advierte a los pasajeros antes de partir.
Aquí no se trata de “ajustarse los cinturones”, sino de todo lo
contrario. Dice Peter Pan: “Ahora muevan los hombros así-les dijo- y déjense
ir…” Esto no implica solamente la recuperación de una figura
recordada de la infancia, sino que implica la recuperación de todo un
imaginario que nos recuerda y actualiza una voz infantil (que también
implícitamente nos dice desde qué lugar debemos leer) voz opuesta a la
tradicional voz del epígrafe, léase la del escritor legitimado que
obliga ciertos saberes previos a la hora de disparar sentido desde ese
fragmento ajeno y no, al texto.
Tras
el título del primer apartado, se grafica nuestra ubicación respecto del
texto. Dice: “Ud está aquí”. Sentencia que, por otra parte, se va
resignificando a medida que avanzamos en la lectura o recorrido: se lee
“Ud debería estar aquí”, “Ud no debería estar aquí”, “Ud se
perdió aquí”, “Ud se encontró aquí”y en última instancia, “Ud
estuvo aquí”. Y “aquí” es siempre el mismo lugar. Todo texto
propone y exige un lector, y el lector de Alguaciles se encuentra
permanentemente descentralizado, hasta el momento en que cómodamente
ingresa en cada historia siempre atonal respecto de las otras.
Ya
estamos dentro del texto, y digo “dentro” porque desde el mismo
montaje se prefigura como un espacio a recorrer. Incluso el primer poema
se titula “Willkommen” y a modo de instructivo nos dice todo aquello a
lo que le debemos perder el miedo. Las sucesivas repeticiones, las
palabras destacadas en mayúsculas, el título en alemán, los campos de
concentración, retrotraen todo un imaginario que mantiene relación con
el adoctrinamiento alemán. Así nos hace sentir bienvenidos, pero a un
campo de concentración donde nos sentimos más Peter pan que adultos.
La
introducción gráfica a cada poema-relato (y ya volveré sobre ello) nos
reorganiza dentro del texto como si hubiésemos dejado de ser simples
lectores y formáramos parte de ese universo textual, de esa trama con
tejidos disímiles que conforman el texto que era de Víctor.
Y
este territorio a explorar con mapa de ubicación tiene una voz sin nombre
que nos guía y nos pierde a medida que construye esa gran ciudad cuya
representación es sólo mental, como si de alguna manera, plasmara desde
el mismo montaje, las ciudades invisibles que Marco Polo recrea para
Kublai Khan. Ciudad que sólo puede decirse en esa misma ausencia
solamente recuperada a partir del vuelo que llevamos a cabo como
alguaciles, de quienes (a su vez) se nos acerca y aleja, según las
distintas instancias y paradas que el texto propone, abriéndose a medida
que se avanza en la lectura. Ciudad que se prefigura tan aprehendida que
se desustancializa (como una palabra que repetimos hasta el cansancio) y
comienza a ser parte del texto a través de las impresiones que va dejando
en el sujeto o mejor dicho, en la voz que “relata” estos poemas que
tampoco son poemas, sino relatos y de ahí, teñidos de oralidad, nos
acercan a las historias como si nos hubiesen atravesado a nosotros
lectores y entonces sean ellas, las historias, quienes se acerquen y no
nosotros, a veces soberbios lectores.
(porque)
A pesar de no señalar ningún sujeto, desde ese exacerbado anonimato que
se refuerza con íconos que refieren a un hombre o una mujer, las
historias nos involucran a todos, no es nadie o somos todos, la no
referencialidad de alguna manera permite todos referentes posibles, ese
hombre o esa mujer somos nosotros y somos parte involucrada no desde el
relato, sino desde las impresiones que deja ese relato, no importa cómo y
cuándo ocurrieron esas historias, sino cómo y desde qué lugar han sido
experimentadas. El texto entonces se torna un campo de concentración,
donde generamos esas mismas sustancias químicas que se nos recomienda en
cada uno de los apartados con ese mismo título: “campo de concentración”.
La
serie de poemas que conforma Alguaciles me remite a la generación
beatnik norteamericana, donde se funde el lugar del artista con el del
ciudadano corriente, donde se pierde el aura del poeta como vate, donde se
asiste a múltiples voces que narran historias, anécdotas cotidianas,
donde se tiñe el texto de un registro coloquial, sin olvidar un trabajo
de producción que poco se parece a esa espontaneidad y cercanía lograda
como efecto de lectura. De ahí que pueda llamarlo poemas relato.
Las
historias de Alguaciles nos vuelven presentes, cotidianas y
familiares las experiencias que recupera: esa sensación de hastío y
vaciamiento frente a otra persona- situación- mundo globalizado, esa
desacralización de las figuras paternas, esa necesidad de hijo continente
de culpas y fracasos, ese sentimiento de estar “alone together” como
el mismo texto dice. Y en soledad somos exigidos para leer el texto, ya
que la inclusión de gráficos e íconos dificulta una lectura en voz
alta. Esta lectura no puede compartirse y precisamente, porque lo que se
comparte, más allá de una decisión personal, es el efecto de lectura.
Es saber que más allá de estar “Alone together” existe un libro como
Alguaciles y un formato musical que está en constante devenir,
como es vittorino.
Yemina Pollini
julio
2004
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