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CURITA 50 /ENE 10. 06

NOTA PRELIMINAR DEL EDITOR:

        Con tristeza y  alivio hemos  recibido la Curita Nro 50 de Remington Kid, que constituye su último registro en este espacio y encuentra aquí su final.

       Según nos cuenta en su última y extensa cartanuestro columnista ha encontrado en la rutina etílica y la contemplación, la mejor manera de transcurrir los días en su tan anhelada concepción “espacial” de la vida. Ya no piensa en escribir, porque “nadie piensa en respirar cuando respira”.

       Nos contenta saber que, luego de la aplicación de estos cincuenta (50) "apósitos protectores", nuestro autor ha encontrado su ansiada "cura" y se dispone a  descansar entre los suyos, en paz.

       Cheers!, Remington.

                                          Pistilo rec.


ÚLTIMA CARTA DE REMINGTON KID A PISTILO RECORDS:

 

                         Qwerville,  dixiembre 20  

Amigos de Pistilo Records: 

   Como el improbable Charles Lutwidge Dogson también me atrevo a afirmar que las personas que no existen son mucho más interesantes que las que existen. Hace tan sólo tres meses que estoy en Qwerville (la medida temporal aquí es arbitraria: tres meses pueden ser tres pestañeos, tres latidos de un corazón o tres murallas chinas) y no hago más que comprobarlo. Mi analista, el desmesurado Dr. Ácula, me hospeda en su granja y ahora sólo me dedico a mirar las casas “easy home” que transportan los camiones por la ruta 22 y a beber el whisky que nosotros mismos fabricamos: el OLD BOSOM BUDDY, whisky hecho a base de granos de cebada, agua de arrollo y perros. Mi analista, el hiperbóreo Dr. Ácula es un entusiasta promotor de las propiedades terapéuticas del “usquebaugh” (“el agua de la vida”, en gaélico) y un tenaz discípulo del escritor y alquimista John John Holinshed, quien en su libro “Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda” (1578) detallara paso a paso la elaboración primitiva del whisky y sus más efectivos medios de fermentación, destilación y envejecimiento en barricas. De lo anterior se desprende que no hay diferencia entre el whisky que habrá degustado John John Holinshed y el nuestro; a excepción, claro, del radical ingrediente que mi querido  Dr. Ácula ha incluido en la elaboración: los perros. Por supuesto (y en vista de la gran susceptibilidad que poseen quienes viven de su lado del mundo) no está de más informar que los perros utilizados para la eficaz y exquisita fermentación de la cebada son seleccionados en tanto y en cuanto cumplan con los dos requisitos básicos de OLD BOSOM BUDDY: 1) Muerte natural; 2) Haber tenido un “amo” durante un año como mínimo. Esto garantiza el cuerpo y el temperamento de nuestra bebida y es algo que nos hace sentir orgullosos: nosotros no vendemos botellas de whisky, embotellamos perros. Nadie puede sentirse solo y desprotegido después de tomar unos cuantos tragos de nuestro whisky... Me gusta este trabajo y ya no escribo. Ya no pienso en escribir. Aquí no hace falta. ¿Acaso Uds. piensan en “respirar” cuando respiran? ...La “curita” que les envío fue escrita hace un tiempo atrás y he preferido no corregirla y hacérsela llegar tal y como fue concebida cuando estaba entre Uds. Estoy bien. Por las mañanas controlo los alambiques y el estado de las cubas y luego voy al campo a remontar a “Loca”, el pez de “Uno”, que ha encontrado en el aire aquello que no tenía en el agua. “Loca” es un bello barrilete viviente que siempre me pide más hilo del que tengo. Me hace correr mucho. Es un alivio haber sido ocasionado en Qwerville. La vida aquí es sencilla y profunda. El sol brilla muy alto sobre nuestras cabezas y el cielo es de un azul tan líquido que no cabe duda porque “Loca” eligió ese nuevo hábitat para vivir. Pienso mucho en Uds., en el mundo que he dejado atrás. Definitivamente, no era para mí...    También he encontrado una pequeña amiga que llegó al pueblo con su padre dentro una de las tantas casitas blancas que a diario son transportadas por la calle principal de Qwerville para salir a la ruta. Pero hace dos días se marcharon porque su padre no pudo vender ni una sola casa “easy home”y decidió probar suerte en el oeste. Pero eso no es lo importante. Las despedidas son una constante en mi vida y he llegado a acostumbrarme a ellas. Es triste, claro, pero también es triste la permanencia. “Anit” (su nombre era “Anita” pero insistía en ser llamada “Anit” sin la “a”para que nunca terminaran de nombrarla) tenía 12 años y una sola cosa en mente: ser nadadora. Por la vida que llevaba, Anit jamás había visto el mar y se negaba imperativamente a sumergirse en los tanques australianos que están diseminados a lo largo de todo Qwerville. Ella sólo nadaría en el mar o no nadaría. Esas fueron sus palabras cuando nos conocimos y supo que yo venía de un lugar llamado Mar del Plata. Ahora que lo pienso fue muy difícil describirle el mar a alguien que sólo lo había visto en fotografías. Anit estaba poseída por la belleza: brillaba, pero de un modo triste. Debo confesar que en un principio tuve intenciones de embotellarla y bebérmela poco a poco. Pero no hubiera sido justo. Ella tenía un lugar al cual llegar y era lo único que le importaba. No hubiera sido un buen trago. No aún. Anit era de esas personas que se estrellarían con su destino, que no lo esperarían jamás y de ese modo vivía. Debajo de su vestido verde pastel bordado con motivos marinos siempre llevaba puesta su malla roja de una pieza que comenzaba a insinuar a una “mujer”que no tardaría mucho en salir. Sólo la vi una vez sin sus antiparras y su gorro de nadadora. Su cabello era extremadamente largo, enrulado, sin  forma precisa. Nunca se lo había cortado. Era como ella. Jamás olvidaré ese  perfume de lo intacto, de flores campestres crecidas sin el cuidado de nadie. Fue al segundo día de conocerla cuando me mostró una postal arrugada donde apenas se distinguía el mar y la arena de una playa en Newcastle, Australia. Era una de esas fotografías turísticas que se compran en los aeropuertos para enviar a los parientes. Pero en el dorso no había ninguna dedicatoria o firma. Era  evidente que se pasaba el día mirando aquella imagen. Supongo que fue entonces cuando se me ocurrió la idea de construir un “mar” en la colina Qwrong, al sur de Qwerville. Sólo nos llevó seis días hacerlo: conseguimos una decena de sabanas y las pintamos las olas celestes y la espuma; luego apuntalamos cuatro postes en la tierra y atamos las sábanas formando un cuadrado y en el centro colocamos una hamaca de plaza sin las sillas para que el arnés que la iba a sostener se deslizara con facilidad y ella pudiera bracear  y patalear a gusto. Nos llevó todo un día acarrear la suficiente arena para hacer el fondo de nuestro pequeño mar. Anit era muy seria para una chica de su edad. Yo, desde el otro extremo, también. Lo nuestro no era la felicidad y eso nos unía y nos hacía  infinitamente dichosos. Durante un mes me dedique a verla “nadar” desde el fondo del mar vaciando botellas de whisky  junto a las piedras  que simulaban ser caracoles y conchas marinas. Nada más allá de nuestro mar valía la pena. Nada más allá de nosotros era “nosotros”. La noche anterior a que partiera con su padre decidió quedarse en el fondo del mar conmigo. Me dijo que estaba muy triste para nadar esa noche. Estaba vestida de niña común y no de “nadadora”: no llevaba ni el gorro ni las antiparras ni la malla roja. Sólo su vestido verde pastel y su postal de Australia. Le conté cómo hacíamos el whisky y para mi sorpresa se mostró encantada con el ingrediente secreto. Bebió unos tragos cortos y luego se quedó dormida entre mis brazos aferrando su postal. En silencio, bellamente, bajo el latir de todas las estrellas del universo,  nos despedimos. Al día siguiente la vi marcharse dentro de la casa ensamblada que transportaba su padre. Iba asomada a una de las ventanas laterales y tenía puesto el gorro y las antiparras. Ella no me vio. Sé que será una gran “nadadora” cuando crezca. Cada noche cuando me tiro en el fondo del mar a tomar mis perros embotellados y ver las estrellas pienso en eso. Las casas “easy home” ensambladas en las afueras  de Qwerville siguen pasando a diario, pero todas van vacías. Son pequeñas, radiantes. Supongo que no siempre serán así. Pero eso tampoco es lo que importa.

 

                                                 mío, Remington Kid

P.D: soy mañana.        

     

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CURITA 50

 (REQUIEMGTON)

 ¿Quién está en lo cierto? ¿Por qué lado del telescopio conviene mirar al mundo? ¿Por los dos? ¿Por ninguno? ¿Quién es más poderoso: nosotros o nuestra información genética? ¿Qué nos hace amar lo que amamos? ¿Y odiar? ¿La presión publicitaria? ¿El sentimiento de inferioridad? ¿De dominio? ¿De poder? ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin él? ¿Cuánto amor puede resistir una persona sin volverse loca? ¿No es acaso el amor una sobreestimación? ¿Una excusa puramente sexual y reproductiva? ¿Una soterrada búsqueda de posicionamiento social? ¿Un snobismo espiritual? ¿Entendemos realmente la diferencia entre “señalar” y “apuntar”? ¿Qué será de mí sin mí? ¿Una mejor persona? ¿Sana? ¿Adaptada? ¿Me querré? ¿Valdré la pena? ¿Valdré? ¿Dónde empiezo y dónde termino?  ¿En mi cuerpo? ¿En mi mente? ¿En la de los demás? ¿Solo? ¿Siempre? ¿Lo único que importa es la FUNcionalidad de las ideas? ¿La carrera ciega en procura de la inconseguible $atisfucktion? ¿Del bienSTAR? ¿Siento que pienso? ¿Pienso que siento? ¿Corazón Vs. Cerebro? ¿Corazón = Cerebro? ¿Corazón + Cerebro? ¿Corazón - Cerebro? ¿Corazón x Cerebro? ¿Corazón % Cerebro? ¿Siento que siento que siento?   ¿Pienso que pienso que pienso? ¿No sé? ¿Nunca lo sabré? ¿Me importa? ¿Considero que el mundo es una prolongación de mí? ¿Como todos? ¿Soy todos? ¿Los que nunca seré? ¿Los que fui? ¿En mis sueños? ¿Despierto? ¿Pregunto?: ¿Nuestra existencia es tan aburrida como lo creemos o es la consecuencia de un viejo sistema de control ejercido a través de las campañas publicitarias que sponsorean nuestra vida llenándola de MAYÚSCULAS y carteles de neón que todo el tiempo están parpadeando sus ofertas a lo largo y a lo ancho del mundo  encegueciéndonos apelando a nuestra ingenuidad llamándonos con su sensual índice prostituido para que sigamos oyendo el canto de las sirenas que se mete en nuestra cabeza y la inunda de información inútil desde que abrimos nuestros ojos a la monótona nueva mañana hasta que nos sacamos nuestros gastados trajes de “nosotros” y los tiramos sobre la cama como si fueran  pesadas bolsas de papas que nadie a querido comprar en la gran feria del mercado donde diariamente nos ofrecemos poniéndonos un precio que tarde o temprano será el “ofertón de la semana” y que si tenemos suerte algún día alguien escribirá nuestro último precio en una de esas pizarras negras: PAPA VIEJA Kilo 0,30 ctvs. Regalados apenas comestibles ideales para pisar  y hacer puré seremos comprados por señoras fulanas anaftalinadas una bella y soleada mañana de marzo atravesada por cientos de pájaros que acompañarán con su canto nuestro desmembramiento a través de las costuras de la bolsa por donde poco a poco nos iremos yendo: un kilo, dos, un cuarto... Así la bolsa de papas se irá vaciando sin que nos demos cuenta y cada día estaremos más livianos y menos nosotros al arrojarnos sobre una cama que nos sobrevivirá porque las camas están hechas para la vida porque son vientres maternos artificiales donde nos volvemos a sentir protegidos donde cada noche volvemos a recordar que una vez no existimos donde lloramos y nos reproducimos con encantadora bestialidad rehaciéndonos continuándonos obstinadamente en otras personas que serán arrancadas sangrientamente a la vida y cargarán con el peso de llevar la marca humana hundida en el centro de sus cuerpos para recordarles que la cadena no ha sido rota que ninguna pregunta ha sido respondida que todo sigue ocurriendo en ellos como en el primer hombre porque ese ombligo que aún guarda residuos de madre es la señal de que el círculo es infranqueable y de que estamos condenados a peregrinar un camino que es siempre el mismo camino una y otra vez inédito y una y otra vez olvidado bajo la danza de las siempremismas estrellas que todo el tiempo nos están recordando aquello que hemos olvidado aquella fuerza que una vez nos hizo ser parte del  océano infinito de la vida y que ahora nos encuentra exiliados de su fuente arrancados resumidos perdidos en millones y millones de vasos de agua caóticamente dispersos en el mundo como piezas de un puzzle impracticable que tiene vocación de orden de reestablecimiento de re-unión oceánica donde todos somos el mar y no parte de él donde impera la totalidad y no la parcialidad donde todas las mentes son una mente que al fin podrá dejar de formular sus preguntas por la sencilla razón de que encarnará todas las respuestas: las será?) ¿Y las escucharemos? ¿Con los oídos de la mente? ¿Podremos ver la música que está ocurriendo frente a nuestras narices debajo de nuestra piel a lo largo de todas las calles alrededor del planeta entre los cuerpos celestes que tocan la música del universo la música viva que surge de las alcantarillas con el alma sonora de un stradivarius traduciendo los pulsos exactos de la incertidumbre de aquello que nos habita de aquello que se mueve en nuestro interior y no puede ser asido ni nombrado música de automóviles de corazones mecánicos bombeando aceite acelerando estrellándose metiéndose en las habitaciones a través de las ventanas abiertas y rompiéndolo todo crash boom bang paredes rotas huesos quebrados techos que ceden esquirlas que se incrustan gritos expulsados hacia el espacio exterior viajando a la velocidad de la luz atravesando la chatarra espacial que orbita alrededor de la tierra  extinguiéndose desapareciendo para siempre como los minutos detenidos del insomnio cuando todo duerme alrededor en silencio sin palabras con los ojos abiertos buscando un sueño que no llega asimilándose al goteo monótono de los pequeños relojes despertadores de $ 2.00 un día de semana por la madrugada clac clac clac arrinconándote horadando tu cerebro de piedra obligándote a pensar  a encender cigarrillos a expulsar suspiros nicotínicos que acompañan tu mínima combustión diaria tu pérdida horizontal de fluidos orgánicos de saliva de eyaculaciones desganadas de lágrimas de flatos alcohólicos entre sábanas que mañana se colgaran al sol junto con los calzoncillos la remera los pantalones las medias y todo el uniforme de civilidad que te permite seguir participando de la música del mundo de la música que ocurre afuera de la música de los colectivos de los semáforos de los perfumes baratos de las monedas que pasan de mano en mano de los fajos de billetes que se cuentan en los Bancos Nacionales de la manada humana que avanza sincronizadamente con sus expedientes sus boletas de luz sus boletines de calificaciones sus garrapateos de cartas de amor sus agendas sus dietas de la luna sus tarjetas de presentación sus fotos carnet sus números telefónicos hablando solos guardando silencio evitando mirar al de al lado consultando mecánicamente una hora que poco importa desentendiéndose de la música del mundo que oyen (porque la oyen) oyen la gran partitura humana que los contiene y que se extiende a lo largo y a lo ancho del planeta ocasionándose a sí misma todo el tiempo desde cualquier lugar  sumándose mezclándose naciendo arbitrariamente en las sirenas de los buques que navegan en ultramar en los naipes que se colocan sobre los rayos de las bicicletas en las canillas que gotean en las viejas Remington que aun se teclean en las 9 mm que se limpian como si se estuviera desvistiendo a una de 17 en el ritmo ininterrumpido del canto de los grillos en la snifada de un baño público en el constante zumbido de tu heladera en la irreversible línea verde de un monitor de terapia intensiva al abrir un paquete de cigarrillos al cortarse las uñas al escribir una lista de supermercado al besar al mover la mano diciendo adiós en las vías del tren en las máquinas expendedoras de café en los estadios de fútbol en las guitarras desafinadas en el desplazamiento de las nubes en el vai-ven de los postes de luz en las sillas mecedoras en las botellas que se rompen en el piso en las cabezas que se estrellan contra la pared en la armoniosa opulencia de una araña tejiendo su tela en la suite inglesa n° 6 de Bach en las manos de Glenn Gould  en los libros que están imprimiéndose en este momento en los conservatorios abúlicos en las universidades tapiadas en las palas que se hunden en la tierra para hacer tumbas en los edificios que se levantan al copular en el medio de un bostezo al soñar en un chasquido de dedos la música del mundo comienza a ejecutarse a  ejecutarnos a marcarnos el ritmo de la belleza de la desesperación maquillada de los lunes martes miércoles jueves viernes sábados domingos repitiéndonos una y otra vez como fotocopias de 10 ctvs desde los pisos más altos de los de los edificios de cinco estrellas hasta los barrios más alejados y más bajos de cinco mil estrellas los barrios pobres los barrios tetrix los barrios de techos de chapa donde vivimos los cuentamonedas los que vemos el mundo a través de una señal de cable robada los que tenemos los mejores cielos nocturnos y los mejores solos de batería que toca la lluvia cuando se nos regala una gran tormenta que siempre comienza con el paulatino oscurecimiento del cielo como si alguien bajara las luces de un teatro natural que preanuncia el  acto irrepetible del cual seremos testigos apenas se descorra el telón invisible de la cotidianeidad apenas veamos cómo las ráfagas de viento empiezan a templar los instrumentos a probar la sonoridad de las paredes huecas de las chapas flojas de los rubber oil deshilachados que dan pequeños latigazos contra las maderas marcando el ritmo inédito del baterista ubicuo que se precipita sutilmente en una primera gota que cae por aquí tic y luego otra más allá tac y después un tarro de plástico que es arremolinado hasta algún rincón pum  y al fin se desata el aguacero contenido shhhhhh! el crecento líquido la resonancia policromática de los miles de bombos y platillos dispuestos a nuestro alrededor sobre nuestras cabezas dentro de nuestro pecho donde escuchamos el zumbido atronador del cielo que se suma al diálogo musical como un contrabajo sabio bluuuggg bluuuggg y toda la orquesta comienza a improvisar desde el fondo expandiéndose incitando a los de adelante a seguir su mecánica sanguínea contagiándolos porque las ciudades funcionan como grandes orquestas de jazz que se sostienen por los que están en el “fondo” los que llevan el ritmo la masa que hace los trabajos pesados los jornaleros los que tienden los puentes los que hacen las autopistas  los que levantan los edificios los que recolectan la basura humana los que construyen y limpian las casas de los que viven adelante en el centro del escenario los que siempre tienen un reflector que les apunta los que siempre se llevan todos los aplausos de la noche de la interminable noche de la humanidad que aún nos encierra y no nos deja ver la luces del amanecer que nos mantiene en un nuestro pequeño bosque de cuento de hadas intercambiando dulces los unos a los otros como niñitos histéricos que quieren que ahora venga el “lobo” y ahora no y ahora sí y ahora no niñitos huérfanos perdidos jugando tiernamente a los “grandes” niñitos que engendran niñitos y que se deleitan jugando a la “mamá” y al “papá” y a la “casita” siempre dentro de los límites del bosque porque saben que quien va más allá de los últimos árboles sólo regresa como “lobo” y nadie -salvo los lobos- quiere ser el “lobo” de la historia el depositario de los miedos la cara visible de aquello que intuimos en nuestro interior cada vez que nos vamos a dormir al levantarnos al ver nuestra cara en un espejo al compadecernos al imponernos una sonrisa que nos haga pasar inadvertidos entre las miles de sonrisas autoimpuestas que pasan inadvertidas en los centros comerciales en los cines en las iglesias en los salones de baile en los hoteles alojamientos sonrisas pasajeras sonrisas drogadas sonrisas con fecha de vencimiento que se pudren en nuestras bocas como las flores de Samuel Coleridge arrancadas del paraíso las flores invisibles que nos dolerán toda la vida las flores que tienen el nombre y el perfume de aquellos a quienes hemos amado  durante cinco minutos o desde antes de existir flores imperfectas condenadas a la prisión de lo perfecto de lo acabado de lo inerte de lo que nunca cambiará de lo muerto intensamente vivo que nos obstinamos en RECordar y reproducir una y otra vez en las gastadas cintas de nuestra mente de 60 minutos nuestra mente de lado A y lado B que todo el tiempo está dando vueltas en nuestra cabeza  sonando seduciéndonos empujándonos hacia la tristeza y la esperanza como monos aristocráticamente adiestrados para desear pidiendo permiso para sufrir buscando aplausos para creer en lo que imaginamos ciegamente porque sufrimos de miopía metafísica y nunca vemos más allá de nuestra propia cara ensayada miles de veces en un espejo del tamaño de la tapa de un inodoro donde a veces conseguimos vernos como quisiéramos que nos vean los inagotables otros que somos los que nos confunden los que actúan inocentemente en nuestro interior tratando de sobrevivir para convertirse en las palabras que saldrán de nuestra boca para tomar un lugar que no tardaran en sentir como propio porque uno debe entender que somos una pugna de discursos una pelea de entidades en pos de la “realización” donde no siempre gana el argumento más justo sino el más convincente: hablar es haber renunciado a decirlo todo: “yo” es plural: es “nosotros”: los “otros” los que “hablan” en nuestra cabeza y quieren ser “yo”... ahora veo el desplazamiento de las nubes al otro lado de la ventana y respiro con su ritmo me siento bien al ser atravesado por la belleza del mundo a través mi pequeña postal viviente de altísimos eucaliptos que se balancean casi imperceptiblemente produciendo con sus hojas un rumor oceánico sólo interrumpido por los pájaros los perros y los gallos que cantan a la hora de la siesta cuando todo duerme en los barrios bajos y los cuerpos jóvenes se preparan para la noche onomatopéyica de la cumbia la noche etílica y apoxirranada de Crónica TV que se sale de la pantalla y se instala en las esquinas sobre los muros sin revocar donde los Jonatan Dominguez perpetúan con aerosol su amor por las Jenifer lópez que dentro de unos meses quedaran embarazadas y ya no serán amadas “x 100pre” ni por nadie mientras amamantan frustradamente a sus niños bajo las luces nerviosas de los helicópteros de la policía que zumban en el cielo como mosquitos gigantes que uno quisiera espantar con la mano helicópteros que revolucionan el ritmo del barrio dándole el toque holliwoodense de una película de Robocop de los suburbios de Detroit en un futuro tercermundista donde yo escribo y cada diez minutos el poderoso haz de luz del helicóptero se mete en mi habitación iluminándome convirtiéndome en un blanco fácil para su mira telescópica made in Burzaco que me fotografía haciendo preguntas estúpidas frente a un teclado tratando de explicarme un absurdo mayúsculo con 29 signos y 2 cajas de cigarros que nunca son suficientes que nunca bastan para iluminar la incertidumbre en la que nos movemos entrópicamente hacia nuestro fin hacia nuestra muerte hacia ese territorio que nos obstinamos en negar enciclopédicamente o en afirmar de un modo pueril con libros de autoayuda que sólo ayudaron a quienes los e$cribieron... nadie sabe nada ni vos ni tu padre ni el padre de tu padre y eso es sumamente estimulante porque nos hace recordar nuestra situación “inédita” (la mayoría del tiempo lo olvidamos) en este maravilloso mundo que infantilmente tildamos de “mundo de mierda” porque aún no nos hemos “pelado” como las cebollas porque aún no hemos llegado a su corazón a la bella “nada” que late debajo de todas nuestras capas de enclenque seguridad que a diario mostramos a los demás para no asumir la fragilidad de la que estamos hechos para no reconocer la poca consistencia que corre por nuestras venas...ayer quise conocer el mundo y me senté en un banco durante una hora a mirar a la gente: fue un acto adrede meditado quería ver al ser humano en plena acción libre de su rutina de su freno cotidiano quería verlo de vacaciones y me senté frente a la Catedral de San Pedro como un pichón sudamericano de Ramonovich Raskolnikov y lo vi: vi su desperdicio su ceguera su idiotez crónica su belleza inextirpable que me provocaron salir corriendo a abrazarlos y besarlos y patearlos y escupirlos  a todos y a cada uno sin estar seguro de cuál era el ánimo que me impulsaba hacerlo: todos eran “inimputables” de su belleza y de su estupidez yo mismo era un tonto radiante que había perdido la noción de su cuerpo de sus límites de su temporalidad y durante una hora fui sólo mis ojos grabándolo todo escuchando la infinita sinfonía del universo viendo el eterno fluir del río de la humanidad deslizándose frente a mí con ingobernable frescura e impunidad mientras el sol caía y mis compañeros de banco (“homeless” “clochard” “linyeras” “vagabundos”... ¿cómo nombrarlos sin caer en la soberbia del nenito bien peinado?) reían y tomaban mate como dioses inferiores desterrados de un Olimpo impracticable que se construye desde el futuro con los retazos de la tela de la que están hechos nuestro sueños y nuestra corta vida que  a fuerza de negación los hace vivir con los ojos hacia adentro y hacia atrás con una esperanza invertida que día a día les concede creer que alguna vez alcanzaran un “pasado” ideal donde lo hecho haciéndose está porque su lógica a trascendido el miedo burgués al que hace referencia George Bataille cuando habla del descenso y la ruptura social traducida en abstinencia de “trabajo” al encarnar éste la actividad fundamental que separa al hombre del animal que por un lado constituye la base de la sociedad y por el otro es la fuente de toda represión: los tabúes fundamentales nacen de la necesidad de restringir cualquier actividad cuya libre interpretación represente una amenaza para el “buen” funcionamiento del mundo... por eso nadie (salvo perros y niños) “reparaba” en mis compañeros de banco en su atrevimiento existencial en su renuncia alevosa: ellos eran un tabú roto un límite corrido una racionalidad otra que ponía en jaque la “realidad” de los pixelados transeúntes que por allí pasábamos: ellos eran escalofriantemente nítidos y nosotros no... yo era cualquiera de los “normales” que pasaba frente a mí: era el pibe flaquito con la remera de korn que caminaba abrazando y besando a “su” chica (su primera chica, era obvio) amatambrada en un jean que seguramente le trajo papá noel era los viejitos aburridos que apestaban a jarabe de menta era el grupito de “nenitas” pavoneándose y sacandose fotos digitales como femmes fatal manejadas por un titiritero con parkinson era los tipos rostizados sacando pechito en inconfundible misión de apareamiento era el “gordo” bueno llevando a su hijo a caballito al lado de la “bruja” era los recién casados excesivamente bien vestidos era los demasiado casados  vestidos así nomás era el hombre y la mujer fluyendo infinitamente solos e infinitamente acompañados en el mejor de los mundos posibles en el mundo que sólo en contadas oportunidades se nos permite entrar y recorrer el mundo que se mueve bajo la cálida brisa de un veranito de San Juan mental que nos muestra la diaria hostilidad en la que nos movemos hostilidad impuesta argumentada y defendida como una madriguera en pleno invierno... Ya no sé quien escribe esto las aguas se mezclan y no dejan de fluir supongo que por eso me voy para simplificarme para dejarme en paz: para quedarme: pienso en mí desde Remington Kid en términos de ausencia y creo que sólo soy todos aquellos que fui pero pienso en Remington Kid desde mí y veo un animal que no es de este mundo y que como tal debe irse para encontrarse con los suyos para perderse para vagar por las desdibujadas cimas del mundo como un bello y trágico Frankenstein ensamblado con torpeza y amor en esta otra noche estrellada que llamamos el mundo “real” la vida “verdadera” el dulce “sueño” de los dioses en el que despertamos para buscarnos e indefectiblemente perdernos en el hallazgo... cada palabra que escribí a lo largo de todo le 2005 fue un habitante menos de mí fui un éxodo silencioso y nocturno que al fin terminará conmigo porque ya he comenzado a llegar a mi nueva morada donde nos reuniré para “cerebrar” mi FUNeral en el mundo en el “más acá” porque la muerte no existe porque la muerte es la excusa más usada por aquellos que no están vivos: R.I.P! R.I.P! BURRA! cantan las flores salvajes que crecen en las grietas de los edificios R.I.P! R.I.P! BURRA! grita el viento al hacer girar las antenas de t.v R.I.P! R.I.P! BURRA! vocifera la lluvia cada vez que tamborilea en tu ventana R.I.P! R.I.P! BURRA! susurra el corazón que llevas entre tus manos como una vela encendida R.I.P! R.I.P! BURRA! dicen las voces del otro lado de tu teléfono R.I.P! R.I.P! BURRA! escriben los suicidas en el envoltorio de huesos y carne que dejan R.I.P! R.I.P! BURRA! dicen las canciones que te hacen pedir una cerveza más a las 7 de la mañana R.I.P! R.I.P! BURRA! dicen los cuerpos que se unen R.I.P! R.I.P! BURRA! zumban los aviones que se estrellan en tu cabeza  R.I.P! R.I.P! BURRA! gritan los niños que juegan en los cementerios  R.I.P! R.I.P! BURRA! dicen las palabras revueltas de los que confiesan su amor R.I.P! R.I.P! BURRA! aseguran los que miran como vos R.I.P! R.I.P! BURRA! cantan las campanas que doblan por el universo R.I.P! R.I.P! BURRA! dice William Blake:

 

Quien se ata a un placer

Destruye el vuelo de la vida;

Pero quien le envía un beso cuando se aleja

Vive en el alba del sol de la eternidad.

 

 

en mí seré mañana

                              gracias a todos.

                                                  Remington Kid

 

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