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CURITA 49 /ENE 01. 06

Cartas de amor escritas desde un edificio en llamas socorrido

 

Jean & Young

En un artículo publicado en la revista Newsweek  titulado Why I Write Short Stories, el gran cuentista norteamericano, Jonh Cheever, da una serie de consejos útiles para aquellos que han elegido convertirse -como él- en hombres-escritores escrupulosamente leales a sí mismos y a su época. Uno de ellos consiste en redactar un Diario que abarque por lo menos una semana y donde aparezcan registradas todas las experiencias: sentimientos, sueños, órganos ajustados, descripciones de la ropa holgada que esta de moda, sabores de las botellas vacías o a vaciar, etc. Otro, escribir un cuento en el que siete personajes que aparentemente no tienen nada que ver aparezcan inevitable y profundamente relacionados entre sí. Y otro, acaso el más simple y difícilmente practicable de todos: redactar una carta de amor como si se la estuviera escribiendo desde un edificio en llamas. De los dos primeros, uno puede aprender un par de cosas acerca de las posibilidades de la “mirada” literaria a la hora de describir el mundo inmediato dentro del cual nos movemos; del tercero, uno debería aprenderlo todo. La muerte, la propia, ha sido a lo largo de los años el gran motor de los seres humanos (artistas o no) y su presencia, su proximidad, en definitiva, su posibilidad de hacerse efectiva, ha sido una de las mejores “drogas” que nuestro cerebro ha sabido elaborar. La fuerza creadora que despierta en nuestro interior ante tal posibilidad es inédita por cuanto nos hemos despojado de los problemas inmediatos y enfrentamos uno aún mayor: nuestra idea del yo. ¿Qué demonios me importa el mundo si ya he roto mis relaciones con la vida? Obviamente, nada. Sin embargo, esta conducta que a priori puede resultar extremadamente nihilista, está llena de fe, simpleza y entusiasmo. Por cierto, la palabra entusiasmo deriva de una palabra griega que significa “lleno de theos”: lleno de Dios. Imaginémonos mirar a través de los ojos de una persona que ha decidido suicidarse dentro de 30 minutos, que ya no duda y por sobre todas las cosas, que ha dejado de hacer de su sufrimiento un redundante espectáculo...  ¿Cómo veríamos el mundo? ¿Cómo sentiríamos la suave brisa que entra por la ventana o la lluvia o el balanceo de los árboles? ¿Cómo respiraríamos? Cada objeto del universo se nos ocurriría pleno de vida y de belleza... ajena. Nuestros sentidos serían bombardeados a cada segundo y nos sentiríamos sumamente “vivos” por la sencilla razón de que nos hemos dado por “muertos”. Ese es -creo- el camino hacia un entendimiento superior, más cercano a una profunda comprensión “espacial” antes que “temporal” de nuestro paso por el mundo. El problema es que sólo experimentamos tal estado de un modo negativo, “adolescente”. El principio del siglo XXI será recordado en el futuro (si es que tal cosa existe a juzgar por la terquedad y la estupidez imperantes) como la época Jean & Young de la historia de la humanidad: millones y millones de personas a lo largo y a lo ancho del mundo tratando de conservar su toque “joven” y “divertido” a cualquier precio; millones y millones de personas tratando de parecer (y sentirse) “especiales” en un mundo que ya no es ni “fun” ni “young” ni “especial” por la sencilla razón de que su esencia ha sido “marketineada”. La “explotación” de la imagen de la juventud no nace con el rock & roll, pero se efectiviza con él. Podría hacer una lista tan larga como Chile de tipos que harían quedar a Jim Morrison y a todo el equipo de rockeros difuntos como unos “nenitos” hedonistas y caprichosos que no entendieron nada y lo poco que entendieron lo entendieron mal. Sin embargo, la palabra “ídolo” se popularizó con ellos, fue “vendida” gracias a ellos y desde entonces cada nueva generación de “jóvenes” sigue lookeandose de “joven” y admirando a sus “jóvenes”. Lo gracioso es que la idea de la “juventud” es una idea olorosamente “vieja” porque este mundo (tal y como lo seguimos entendiendo) lo es. En lo personal, me resisto a creer el discurso tanguero “vendido” durante siglos de que “los mejores años son los años de la juventud”. Sólo alguien que no ha superado  la estructura mental propia de los “adolescentes” podría afirmarlo. O este otro: “lo importante es sentirse joven por dentro”. La misma mierda con diferente olor. Sigue prevaleciendo una mirada miedosa y colectiva acerca del mundo, una mirada valorativa ajena e impuesta con tanta sutileza que nos hace creer que lo que pensamos surge de nosotros cuando en verdad sólo somos sus tristes depositarios. El mundo ha tomado un rumbo extraño: los países son “empresas”, los habitantes somos “consumidores”. Si lo pensamos unos segundos, el sistema democrático por el que tantas vestiduras se desgarran, le debe más al Aloe-vera que a una mente consciente y pluralista. Si un candidato (sea de donde sea) aparece “desfavorecido” en un afiche porque se le notan mucho las arrugas o las ojeras es muy probable que no haga una buena elección. Salvo, claro, que sus asesores sepan “venderlo” como “viejo pero no tanto”. Nuevamente la medida de la juventud: viejo pero de espíritu joven: maquillaje pero no tanto. La idea de la belleza (y la de casi todas las cosas) que manejamos en occidente es por demás adolescente: la “fama y el éxito” no es más que el viejo deseo de aceptación y el “dinero” no es más que detentación de algún poder. ¿Cuál es la diferencia que existe entre Bush y el pistero “Coco” que se pasea en un auto “tunniado” los sábados por la noche? El objetivo: uno se quiere levantar a una minita de 17 años y el otro se quiere levantar a un mundito de 17 años. Uno sube el volumen de sus superparlantes y el otro redobla los bombardeos en Irak. Son lo mismo y todos, en mayor y en menor medida, somos ellos: adolescentes inseguros que encuentran en la “adultez” la mejor manera de canalizar su crónico infantilismo. Remington Kid es una figura nacida en los continentes de la infancia bajo el signo de la tenue luz invernal de las horas de la tarde...
¿Los Jóvenes?
...Durante mucho tiempo estuve escribiendo una larga carta de amor desde un edificio en llamas. Pero las llamas se apagaron y el edificio no se derrumbó. Aquello que me hería ha sido “curado”. Hoy otras son las heridas que me aquejan, pero mi ánimo es acaso menos exhibicionista y más complejo. Estoy convencido de que esto recién empieza. Durante un año me moví frenéticamente dentro de una pecera y creí firmemente -como todos- que esos pocos centímetros cúbicos de agua eran el universo. Pero... miren a su alrededor; vean a sus padres y a los padres de sus padres y véanse a ustedes mismos. ¿Cuál es la diferencia? El agua. Las peceras son siempre iguales y dentro de ellas habitan siempre las dos mismas clases peces: los que pueden imaginar el agua y los que no. Basta con echar una ojeada a cualquier libro de Historia para notar rápidamente esta diferencia. La mayoría de nosotros vivimos nuestras pequeñas vidas con los límites bien marcados. Eso es una sociedad -cualquiera que ésta sea- y por esa sencilla razón funciona. Es la mayoría quien decide cuáles son las zanahorias que el burro debe perseguir. Y tu abuelo y tu padre y vos siguen siendo el burro detrás de la zanahoria. Por supuesto, la zanahoria no siempre es la misma y su apetencia funciona en tanto y en cuanto el burro siga siendo burro, en tanto la pecera siga siendo el universo. Occidente está enfermo y Oriente sólo quiere infectarse. Ser “joven” es la nueva “tierra prometida” y el “paraíso perdido”. Vean un comercial de TV -cualquiera-  y luego cuéntenme. Es sumamente gracioso-patético-triste que en un momento histórico como el que estamos atravesando en el cual la expectativa de vida a aumentado, existan chicos y chicas que al promediar los veinte años ya se sientan “cansados de la vida” porque los medios así lo dictaminan. Y ellos obedecen.  Siempre que veo a esa bella e inclaudicable especie llamada jóvenes (es la primera vez que escribo la palabra “jóvenes” excluyéndome concientemente sin sentir pena por mí) recuerdo aquellas escalofriantes palabras de Dutch Shultz: “... ¿Los jóvenes? Esos no saben lo que es llorar ni pasarse la vida corriendo...” He ahí una tragedia de pantalones largos, una tragedia de océano.
Escenas Infantiles 
Aún cuando la frase anterior impacta por su tono escéptico, da la sensación de que fue dicha entre dientes y ante un auditorio de deliciosas púberes ávidas de aventuras literarias: viejas palabras neuronalmente masticadas para luego ser escupidas ante el  deleite de las “nenas” que lo rodeaban y el fastidio de los “nenes” que lo admiraban... Como sea... Nunca fui joven ni lo volveré a ser. Es una frase graciosa pero que tiene algo de verdad. Al inicio de estas “curitas” escribí que a los 16 escuchaba a Glenn Miller y a Wagner con total identificación y, en retrospectiva, la actitud me resulta más “punk” que la de mis amigos que escuchaban “Death Kennedys” y se vestían y gesticulaban copiando la foto de revista que tenían pegada en su cuarto (no en su “pieza”). Yo estaba totalmente afuera y no ellos. Ya en aquel entonces sufría sus embates de “viejo reaccionario” porque eran unos pendejos-viejos reaccionarios que veían el mundo como una prolongación de sí mismos y no al revés. Eran igual que sus abuelos. Por estos días inciertos siento que nada a cambiado y que el mundo sigue siendo tan absurdo y adolescente como cuando empecé a asimilarlo. Y yo no quiero ser más absurdo y adolescente: quiero tener sentido y ser  peligrosamente “adulto” al modo nietzscheano: “...El hombre -escribió- es el puente entre el simio y el superhombre”. Obviamente, estoy frito. Lo mejor sería mantenerme en la línea hombre-adolescente y creer que la “adultez” es comprar un vino tinto caro e ir a cenar con amigos, casarme y babosearme con pendejas de 15. Cosa que me encanta, pero... siempre pienso en un mundo que no encuentro por ningún lado, en un mundo no ya plural sino “propio”. Supongo que recién ahora empiezo a estar preparado para hacer esa “novela” que va y viene por mi mente y que me entusiasma griegamente. En un punto deseo zambullirme a escribir y no parar hasta encontrar esa nueva tierra firme que puedo intuir (...poor, poor, little, little romantic... -diría mi querida Noe mientras toca en el piano algunas Escenas Infantiles de Robert Schumann) y no nombrar. Aún.
Cartas de Amor de un asesino serial en potencia
A lo largo de mi vida he ensayado decenas de cartas de amor, de las cuales, sólo unas pocas concluyeron el ciclo epistolar con éxito. La mayoría, junto con manuscritos y papeles inútiles, han sido redimidas por el fuego. Todos los años hago mi “fogata” de limpieza en un campito que queda a una cuadra de mi casa y me siento más liviano al ver cómo el fuego destroza implacablemente aquellos torpes e ingenuos intentos de belleza. Siempre he pensado que si estuviera completamente loco, yo sería un buen “asesino serial”. Me gustan los rituales, los símbolos que habitan nuestras acciones: todos tenemos una manera ideal de morir o ser asesinados con “belleza”. El crimen es una de las formas más puras del arte, pero, lamentablemente, nos tocó vivir una época donde los verdaderos artistas escasean. Sólo han quedado pequeños rateros. En fin... volviendo al tema de las cartas de amor creo que en el fondo es lo que más me gusta hacer. He pasado largas horas escogiendo palabras y probándolas como si fueran camisas y corbatas que deben hacer juego con el color de las medias y de los pantalones. Todo debe “hacer juego”. Es una pena que esté perdiendo el gusto por vestirme bien y que cada día esté más y más y más desaliñado. Supongo que es pasajero.
R.I.P, R.I.P, REMINGTON!!!
Creo que ya es tiempo de dejar de recolectar piedritas en la orilla del mar y empezar a caminar hasta tener el agua hasta el cuello y ya no sentir el fondo bajo mis pies. Suena un tanto terrible, pero es todo lo contrario. Después de un año de haber publicado semanalmente estas “curitas” ...como decirlo... el agua de la pecera comenzó a apestar. La primer “curita” que escribí fue Fotocopia de 10 ctvs y estoy sumamente satisfecho (no literariamente sino espiritualmente) por haber trasladado a palabras las curiosas emociones de aquellos días. Hace poco la releí siendo ya otro y no pude dejar de pensar en una guitarra distorsionada y furiosa a todo volumen tocada para nadie en la completa soledad de una casa suburbana. Eso era. Un alarido contra el mundo desde un acantilado en plena tormenta, un reclamo de belleza y honestidad a “algo” o a “alguien” fuera de este mundo, un pedido incomprensible, una súplica arrogante, una torpe patoteada a los dioses de las respuestas. Allí comenzó esta larga carta de amor escrita desde un edificio en llamas destinada a todo aquello que está irremediablemente vivo. Esta es la imagen que se me viene a la cabeza de aquella tarde de domingo: los ojos llenos de lágrimas y mis dedos hundiéndose como pica-hielos sobre el teclado, amenazado y poseído por la belleza y el horror de sentirme con vida en un planeta que latía bajo mis pies. La tierra me mordía. Nunca antes había estado tan “despierto” a la vida y a sus movimientos como en aquellos instantes. Pero eso ya quedó atrás. Uno no debe ser su comida favorita porque tarde o temprano termina pudriéndose y convirtiéndose en un gusano que se autocomerá eternamente. Eso es lo que sentí hace poco, en la Bien! n° 2 que hizo la gente de Pistilo Records. En algún lugar escribí que la vida suele ser una pésima novelista puesto que carece de ritmo y oportunidad literaria. Tal vez sea así. Tal vez no... lo cierto es que las “curitas” comenzaron con la crónica de una fiesta y terminarán con otra. Si alguno no la leyó o no la recuerda se lo refresco: la curita n° 1 se llama “fotocopia de 10 ctvs” y relata un desencuentro del tipo amoroso. En ella se habla puntualmente de dos personas (original y fotocopia) y de su consecuente revelación como tales. Una, el original, la vi hace poco y aún me sigue resultando “luminosa” y le deseo que lo siga siendo y, que esté donde esté, no se apague; la otra, la fotocopia... en fin, he sido muy cauteloso en no encontrarla durante todo este tiempo. Como sea...estaba en la fiesta algo borracho y drogado, pasándola relativamente bien y hablando con mis amigos en el parque y ...adivinen quien bajó de un remise. Correcto. La fotocopia. De inmediato se me subió Remington Kid a la cabeza y comencé a putear y a querer que se fuera. Les recuerdo que estaba algo “loco” y ya se sabe... en fin .. por suerte estaba cerca de Uno y lo escuché y pensé. En ese momento me di cuenta de que mi problema no era específicamente con ella, sino (como siempre) conmigo. Remington Kid había sido un lugar seguro durante todo un año, un lugar definido y parcelado que no debía ser justificado ni nada eso. Pero Remington Kid ya estaba muerto. Y ya se sabe el apego que tenemos por nuestros muertos. Haciéndola corta: luego de un par de Rodeos fui y la saludé y mágicamente se acabo el problema. No fue tan fácil como suena. Yo era dos personas luchando por ver quién se quedaba en mi lugar. Si el que había sido o el que soy ahora. El pasado o el Presente: mañanaaa es mejoooor... Dudo que alguna vez pueda tener algún tipo de charla amable con la “fotocopia” (es claro que Remington Kid ha muerto: ya no me siento tan cómodo llamándola así). Por el contrario, sé que en algún momento voy a cruzarme nuevamente con el “original” y hablaremos de nuestras cosas y nos seguiremos despidiendo siempre por última vez. Acaso ese sea nuestro destino. Acaso ese sea el destino de todos.

 

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