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CURITA 48 /DIC 18. 05

La Gran Bestia Tecno

 

Hola?

Hello?

Hallo?

Is anybody in there?

 

Espero que sí. Aquí Remington Kid, la “cosa” que escribe. (¿Alguien me estará leyendo?) Ja, ja, ja!!! ... En fin...luego de haber atravesado uno de mis frecuentes estados de silencio aquí estoy nuevamente: “muertito y sin rabo”, “enfermo y en peligro”... Durante este brevísimo y casi imperceptible tiempo de ausencia en la historia del universo, he estado haciéndome algunas preguntas que quiero compartir con Uds. Desde sus orígenes el hombre se ha interrogado a sí mismo y a lo que lo rodeaba incluso antes de poseer algún tipo de lenguaje y, gracias a estos elementales cuestionamientos, a evolucionado desde el encorvado homo erectus que cazaba a lo largo y a lo ancho de la aún inexistente Europa hasta el encorvado homo marketalis u hombre del Changuito que se abastece segundo a segundo a lo ancho y a lo largo de todos los supermercados del planeta. Ciertamente la oscuridad mental ha retrocedido notablemente gracias a las pequeñas respuestas que se han obtenido y que han permitido, entre otras cosas, saber que un día consta de 24 hs dividas en tres estadios horarios: 8 para trabajar, 8 para dormir y 8 para... bueno... nadie sabe muy bien para qué son esas restantes 8 horas (según el sexólogo y lingüistas finlandés Öllen Dannk, la tercera fase horaria tendría su antecedente en la elemental división de actividades del hombre prehistórico. Afirma Dannk que debido a las proverbiales bajas temperaturas reinantes en los albores de la historia de la humanidad, las primeras horas del día se destinaban a procurarse alimento tanto por la visibilidad que se tenía del medio como por las fuerzas renovadas después de haber dormido como único antídoto para combatir una larga y desmesurada noche de -30°. Luego de cada una de estas sangrientas jornadas de “trabajo”, el grupo de cazadores siempre volvía diezmado en su número de integrantes y debía reaprovisionarse de “mano de obra” lo más rápido posible. La fornicación era en aquél entonces una actividad rutinaria que se realizaba entre la caza y el sueño el mayor número de veces posible por cuanto la expectativa de vida era de 35 años y todo el grupo dependía de su “efectividad”. Según Dannk, el hombre del siglo XXI (en su libro Hacia un día de 16 hs. él lo llama el hombre de markethal) aún persiste en su miedo a ser “diezmado” y por tal motivo ocupa sus 8 horas de no-trabajo y no-sueño en hacer actividades que lo conduzcan a fornicar el mayor número de veces posible para que no corra riesgo la “tribu”: el viejo y querido “instinto de supervivencia”. El proceso evolutivo del hombre -dice Dannk- fue un proceso de mera “tecnologización” de la especie, puesto que una verdadera evolución hubiera dejado atrás la ecuación triásica de caza-reproducción-descanso: la caza explica la necesidad de reproducción y ambas argumentan el descanso. Un círculo vicioso, según la Cyclopaedia Sopena, es un vicio de dicción que se comete cuando dos cosas se explican una por otra recíprocamente, quedando ambas sin explicar. Teniendo en cuenta tal definición se podría especular que el hombre es un círculo vicioso progresivo que se explica a sí mismo dentro de grandes paréntesis que excluyen una explicación mayor que a su vez lo contiene. Durante más de 2 millones de años -escribe Dannk- las herramientas de “trabajo” fueron empuñadas (con la piedra se hacían cuchillos, raspadores, hachas, sierras, hoces, martillos y puntas de armas) y no fue sino hasta hace unos 200.000 años que se les comenzó a adaptar mangos de madera. Este gran avance “tecnológico” acaso haya hecho más astuto al “cazador” prehistórico, pero no más evolucionado. En tal sentido, y repasando nuestra historia más reciente, la división del átomo (bomba H) no sería otra cosa que el complejo sucedáneo de la primera piedra trabajada.  El ser humano y su actual sistema de creencias no es más que una “traducción” agiornada de aquel “cazador” que se pretende haber dejado atrás junto con la vieja y elemental condición de percibir el mundo circundante: el aún inexplorado “afuera” (“salir al mundo”; “la lucha diaria”; “enfrentar la vida”; “salir a pelearla”; etc, son expresiones de uso diario que nos hablan  más acerca de una mentalidad que aún concibe el mundo desde la “caverna” que de un ser que ya la ha dejado atrás). El ser humano no ha evolucionado sino que, tecnológicamente, se ha sofisticado: ya no frota piedras para procurarse el “mágico” fuego que le permita enfrentar a la amenazante otredad; ahora presiona botones. Ya no debe manipular las piedras para tener un arma más poderosa que sus manos; hoy debe “afilar” la palabra (el discurso) para obtener algún tipo de victoria. Pero la mona, aunque se vista de seda, mona queda. En su libro, Ölle Dannk plantea que el viejo sistema triásico de caza-reproducción-descanso ha sido “complejizado” por el ingreso al imaginario colectivo de una de la más extrañas, bella y errónea concepción de la supervivencia: el amor. Los primeros antecedentes de esta “mirada” se remontan -según criterios antropo-paleontológicos- recién hasta hace unos 100.000 años atrás, cuando el homo neandertelensis comenzó a enterrar a sus muertos en cuclillas y a cubrirlos con plantas, en evidente acto ritual. Esta primera noción “emotiva” surge entonces de cierta elemental comprensión de la temporalidad del “otro” y, por extensión, de “uno”. Y surge, ciertamente, con el nacimiento de la gran bendición-condena del ser humano: el lenguaje. En un principio estaba el gesto de mostrar algo y de este gesto surgió el símbolo. El aviso gestual de “allí hay un arrollo” requería primero la existencia real de este arrollo, pero con el tiempo el mero gesto llegó a significar “arrollo”, aunque no se viera ninguno. Es entonces cuando el gesto-símbolo se convirtió en palabra: labios, lengua  y laringe emitieron un sonido que se volvió cada vez más articulado hasta que finalmente la lengua hablada triunfó sobre la gestual puesto que resultó ser más práctica: las manos quedaban libres para trabajar. Un nuevo cambió “tecnológico” permitió entonces que el hombre comenzara a señalar el mundo y a nombrarlo. El homo erectus no habría podido hablar por la sencilla razón de que no disponía de un aparato fonador adecuado. La laringe estaba emplazada muy arriba y la lengua se encontraba en una posición demasiado elevada. En cambio,  el homo neandertalensis pudo hablar gracias a una posición más baja de la laringe, lo que le permitió desarrollar un aparto fonador más próximo al nuestro. A partir de ese momento el hombre se convirtió en un nuevo “modelo” de sí mismo que “tecnológicamente” estaba mejor adaptado para continuar con el viejo y querido sistema triásico de caza-reproducción-descanso: en esencia nada había cambiado. Otro punto importante en esta “tecnologización” de la especie tiene que ver con la idea del “amor” en estado bruto y es de orden genital: cuando nuestros antepasados comenzaron a caminar en forma bípeda, el tracto vaginal sufrió una torsión hacia adelante, lo que ocasionó el apareamiento “cara a cara” y su consecuente sentido de la discriminación: ya no sólo era una hembra cualquiera a la que se penetraba, ahora también era un rostro emitiendo gestos-símbolos al macho. Un detalle curioso que acaso explicaría la caducidad del estado de“enamoramiento” se debería a que cuando las masas boscosas estaban en regresión, nuestros antepasados se vieron en la necesidad de buscar nuevos lugares donde la vida fuera más hospitalaria y en estos desplazamientos el macho debía transportar los palos y las piedras para protegerse de los depredadores y eran las hembras quienes se ocupaban de llevar en brazos a la prole hasta que cumpliera cuatros años, puesto que a esa edad los niños ya podían valerse por sí solos. Aquellas primitivas “mujeres” precisaban  tener (y retener) a su lado a un “cazador” para lograr un efectivo desarrollo de la descendencia (más cazadores y más hembras para que den a luz más cazadores y más hembras... nuevamente el círculo vicioso). De esta manera surge la necesidad vital del “emparejamiento” con cierto aire de contrato tácito: permanecer unidos al menos los cuatro años que dura la infancia de la cría. Ello explicaría, en parte, el “desencanto” amoroso que experimentamos por estos días al cumplirse un período dado sin descendencia. “Emparejamiento” que, por cierto, suele darse entre jóvenes que están en período de reproducción fértil. En algún rincón de nuestra mente subyace el miedo a romper el círculo vicioso que le da sentido a una vida absurda que se desarrolla dentro de los grandes paréntesis donde se autojustifica. En cierto sentido, es el miedo a lo que en biología entrópica se conoce como el síndrome del ciempiés: el día que el ciempiés se preguntó cuál de sus miembros debía mover primero y cuál después, se paralizó y murió. El hombre sigue siendo un modelo avanzado de la bestia original, sigue viviendo en cuevas, pero no ya de piedras sino mentales. Más tecnológico que evolucionado, genéticamente sigue reafirmando el sistema triásico caza-reproducción-descanso: Trabaja para obtener dinero y alimentarse (caza), mantiene relaciones sexuales (se reproduce) y duerme para reponer el gasto de energías que le demandan las acciones anteriores (descansa). Sin embargo, he aquí uno de los costados flacos de nuestra naturaleza: la idea del placer. Como nuestros antepasados ante el inédito fuego caído del cielo, podemos sentir su poder, su aura “encantadora”, su envolvente otredad; pero aún no sabemos manipular el placer, aún seguimos estando a su merced, resguardándonos bajo su calor y quemándonos ante su proximidad. Es en esta zona inexplorada donde el hombre complejizó su elemental sistema de vida. Pretende haber dejado atrás una “bestialidad” que aún lo despierta y lo acompaña en todas sus acciones (nuevamente la mona vestida de seda). Si echamos un vistazo al mundo animal (que por cierto aún es nuestro mundo) veremos cómo la naturaleza tiene tendencia a la repetición. Los rituales de galanteos y seducción previos a la copulación requieren grandes inversiones energéticas por  parte del macho. En el caso de los mirlos, por nombrar una especie entre todas las aves, la hembra puede negarse a copular hasta que el macho le haya construido un nido o aprovisionado de grandes cantidades de alimentos. Las hembras obligan a los machos a invertir en sus descendientes antes de la copulación para que compense el no abandonarla y no se vaya a copular con otras hembras tras el nacimiento. ¿Suena vagamente familiar? El ya mencionado Ölle Dannk pronostica en su libro “Hacia un día de 16 hs.” un futuro que romperá el sistema triásico que la humanidad ha transitado a lo largo de su repetitiva historia. Partiendo de la división horaria que rige nuestras vidas (8 horas para trabajar-cazar, 8 horas para fornicar- reproducirse y  8 horas para dormir-descansar), Dannk entiende que las futuras generaciones dividirán su vida entre dos de los tres estadios acostumbrados: entre los más jóvenes se establecerá la dupla caza-descanso y reproducción-descanso. Los primeros serán los adultos que impondrán las reglas y los segundos (los que sobrevivan) limpiarán sus retretes (sic). Debido a la proliferación de enfermedades venéreas -afirma Dannk- el primer grupo de jóvenes (los de caza-descanso) se retirarán tempranamente a un asexuado y simbólico día de 16 hs. de descanso-descanso y verán desaparecer la primera y última generación de primate-humanos 100% sexuales. Para ese entonces Dannk preconiza una reproducción que sólo tendrá lugar en laboratorios donde la vida transcurrirá sin sobresaltos y bajo un control total. La tan mencionada “evolución” del hombre se hará al fin realidad y dará un salto cualitativo que ya no oirá cantar -como el viejo Ulises- a ninguna sirena y como él, se salvará. El nuevo ser -escribe Dannk, visiblemente emocionado en los párrafos finales de su libro- dejará de mirarse el ombligo (no tendrá) y verá por primera vez la magnificencia celestial de la música de las estrellas. Ölle Dannk fue internado en el neurosiquíatrico de Vaasa luego de haber agredido a una parejita de novios que se besaban en una plaza pública en el 1998. El mes pasado fue hallado sobre un charco de sangre en su habitación. Se había amputado su miembro y había comenzado a coserse el ombligo con el cordón de sus zapatos.      

     

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