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CURITA 27 / MAYO 15. 05

SHHH!!!

 

 

El mundo está lleno de posibilidades -me digo. Esto no es el mundo. Los carteles publicitarios han cambiado y verlos a las 4 de la mañana puede ser fatal. Parecen puesto ahí a propósito para refregarnos en la cara lo que no somos y lo que nos estamos perdiendo por no ser lo que ellos significan. Mi mente paranoica piensa que quienes están detrás de todas esa publicidades luminosas (los chicos Marketiavélicos) llevan adelante un plan perverso de seducción y consumo. Piensa -mi pequeña mente piensa- que su conocimiento del ser humano ha ido demasiado lejos. Ellos saben que aún no hemos abandonado la primera noche de los tiempos;  Ellos saben que aún nos fascina el fuego y que una y otra vez volveremos a él para intentar atraparlo y para (nuevamente) volver a quemarnos por primera vez. Porque aún corre por nuestras venas la información genética de ese primer asombro, de esa primer incertidumbre que fue el hallazgo del fuego. Basta con estar esperando un colectivo a -2° bajo cero de sensación térmica para sentir que el anuncio publicitario de la garita proyecta “algo” de calor, “algo” de seguridad. Y si a eso le sumamos las para nada arbitrarias imágenes de esos carteles, tenemos un super-combo comecabeza siglo XXI. Por supuesto, uno jamás se dará cuenta que se están metiendo en su cerebro -eso es la publicidad subliminal- y allí estará esa sensación de placer unida a una imagen y a una marca tal. Los fondos negros y los colores fuertes “sugieren” la noche, el territorio erótico; las mujeres vestidas con ropas color pastel y sin maquillaje “sugieren” lo sano, lo natural, lo “eróticamente” correcto; los grandes paisajes naturales la “libertad”, el libre albedrío, la tierra prometida... etc. Todo ha sido pensado y probado. Las técnicas de control más avanzadas están basadas en nuestros miedos originales: el mono aún se sigue maravillando con el fuego. El mono no lo entiende. El mono aún es mono y sólo quiere banana y una buena hembra en celo donde olvidar lo que no sabe. Todas las publicidades tienen un trasfondo sexual por la sencilla razón de que todas las publicidades apelan a  imágenes de “Poder”. El “Poder”  es atractivo, seductor, sexual. Las hembras primates sólo se aparean con el más poderoso de los monos, con el más fuerte. ¿Hace falta hacer un paralelismo con lo que ocurre todos los sábados por la noche en cualquier lugar del mundo? Sin embargo, el “Poder” no es sólo “fuerza” social (dinero, prestigio, virilidad). Nuestra sociedad ha inventado nuevas formas de “poder” y ha hecho que hasta aquél que no  esgrime ninguna clase de “poder” sea poderoso y a esto podemos llamarlo el “glamour” loser. Lo diferente, lo “freak” es eróticamente rentable y ,por supuesto, no es casual. Son más los “perdedores” que los “ganadores”. Sprite: la imagen no es nada. Schneider: lo importante es lo de adentro... Lo que quiero decir es que hasta las formas más coherentes de “realidad” se infectan al pasar por el filtro de la “publicidad”.  El mundo a veces es más simple de lo que pensamos y no estaría lejos de la verdad si digo que nuestra vida se divide entre los que venden (los pocos) y los que compran (todos). Uno no compra un paquete de cigarrillos, compra una “cosmovisión”; uno no compra ropa, compra un modo de “escribirse” y de ser “leído”. Todo el tiempo andamos buscando “lectores” que se interesen por el “escrito” que somos. Pero el problema es cuando todos nos transformamos en el mismo “texto” escrito. Las publicidades apuntan a lo informal uniforme. Todos nos vestimos iguales y todos nos creemos únicos; todos deseamos lo mismo y todos nos consideramos originales. Ese es el gran embuste del siglo XXI. Piensen en las grandes capitales del mundo. Todos los aeropuertos tienden a ser iguales; el metro, las autopistas, los centros comerciales, los cines, los estacionamientos, los automóviles, el dinero, el modo de vestir, los gustos a la hora de comer, las formas de seducción, la idea del amor... las personas parecen dividirse en clases y sub-clases bien definidas cuyo acatamiento al “juego de los roles” sociales, si bien no los satisface por completo, por lo menos no los expulsa. EJ: un rollinga mira (lee) con desprecio a un electrónico. El electrónico hace lo propio. Ambas “lecturas” son claras y coinciden en su carácter comparativo y argumentativo. Tanto el rollinga como el electrónico creen estar mejor “escritos” que el otro. Ambos se mueven por el mundo con letra grande y clara: “soy esto”. Cualquiera puede “leer” rápidamente y sin problemas a un policía, a un político, a un homeless... Sin embargo, existen personas que son “ilegibles” o que directamente son grandes “páginas en blanco”. Este tipo de personas suelen ser las más interesantes por la simple razón de ser “inclasificables” a primera vista. Al no optar por ningún tipo de “texto-standar” que los represente (por lo general escuchan música que está fuera de los circuitos comerciales o no escucha nada, visten teniendo en cuenta el confort y no la moda)  son “leídos” con desconfianza y hasta con temor. El mismo temor que infunden las publicidades de las que hablaba al principio: Todos los “modelos” que aparecen fotografiados en los carteles parecerían decirnos: “si no tenés este producto no vas a ser como yo, que soy “joven”, “bello”, “exitoso” y “social y sexualmente activo”. Porque ese y no otro es el mensaje: estar dentro o estar fuera. Y ahí está la condición primate, estar o no cerca del fuego. Platón definió la vida del hombre con la brillante  metáfora de la Caverna, donde todos estamos sentados alrededor del fuego viendo las sombras que se proyectan en la pared de la cueva. La vida está afuera, detrás de nosotros y es la que genera esas “sombras”, pero todos creemos que las sombras de la caverna son la vida. ¿Hace falta hacer un paralelismo con el cine, con la TV, con los carteles publicitarios que nos refriegan día a día en la cara... Pero las cosas nunca resultan tan simples y uno se olvida que dentro de sí lleva a una mona loca que pugna por despertar de su milenario sueño. Todos la hemos despertado alguna vez. Todos hemos sido ella y su risa primaria y sin memoria. La risa-grito original que se confundió en la primera noche cuando el “hombre” apenas podía sospechar su incertidumbre original. Porque llega la hora (siempre llega la hora) en la cual nuestro cerebro adopta la forma de una serpiente y  va detrás de su cola y comienza a comerse a sí misma. Y esa es la señal para que la mona se despierte y camine con nuestras piernas y mire con nuestros ojos. Estar drogado y/o borracho no es perder la conciencia: es recuperarla. Es volver a ser quienes nunca dejamos ser. Nuestra sofisticación tecnológica es el oasis colectivo de una sociedad fundada en el miedo. Creemos en los avances, en la civilización, pero todo se desvanece cuando se empieza a perder el miedo implantado por siglos y siglos de control que devino en “autocontrol”. De algún modo creo que la Edad Media nunca ha sido superada del todo. Hoy la violencia no es material. No te “queman” el cuerpo, te “queman” el bocho. EJ: el rock fue un movimiento que nació como contra respuesta cultural. Fue revolucionario. Y hoy basta hojear las revistas de “rock” (Rolling Stone, Inrockuptibles) para sentir que uno está mirando una estúpida revista de modas. No hay nada “nuestro” en nuestro cerebro: las penas son de nosotros, lasideítasson ajenas”. Pero ahí está la maldita mona, recorriendo nuestra sangre, despertando de su letargo, dando vueltas en nuestra cadena genética, poseyéndonos e instándonos a dar un paso y luego otro en busca del fuego, en busca del macho o de la hembra que nos alivie de la larga, incomprensible e infinita noche del ser humano. Todo occidente se desmorona en en nuestro cerebro: los rascacielos se incendian, los aviones se caen, los transatlánticos chocan contra los icebergs y se hunden, las fábricas no dejan de producir y las calderas se recalientan y estallan, las imprentas escupen hojas en blanco, los grandes pianos blancos se hacen pedazos en mitad de la calle, todos los foquitos de luz del mundo revientan al mismo tiempo, los campos de concentración se vuelven a levantar, la montaña de anteojos vuelve a crecer, las fosas comunes vuelven a ser abiertas, las chimeneas lanzan humo las 24 hs al día, Hiroshima es una postal de viaje, las mujeres-atómicas abren sus piernas y lanzan  al mundo niños de seis brazos, los circos renuevan su personal, las fotos de la infancia se confunden con los programas de televisión, tu nombre es apenas una onomatopeya sin sentido, las mujeres se reducen a “conchas” mojadas, los tipos a “pijas” duras y  la Mona loca se golpea la cabeza con nuestra cabeza, una y otra vez, una y otra vez... Todo lenguaje desaparece y estamos a merced de los tiempos pre-verbales. Nada ha sido nombrado aún. La Mona ríe y llora y no sabe que ríe y llora porque aún no existen las palabras “reír” y “llorar”. Y ahí está la única batalla que aún estamos librando. En nuestro cerebro. La mona vs. nosotros. La hoja en blanco vs. las palabras sueltas... Pero la hora de la Mona termina y nos deja el gusto del asco y el placer en la boca y poco a poco el mundo vuelve a su lugar, se reconstruye y los carteles publicitarios vuelven a ser carteles publicitarios donde un estúpido/da nos recuerda que no nos lavamos los dientes lo suficientemente bien y por eso (sólo por eso) le dibujamos unos bigotes, le ennegrecemos un par de dientes y nos vamos a dormir, a compartir los sueños y las pesadillas con la Mona que ya “duerme” en nuestro interior. Shhh!!! No hagan ruido.

 

 

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