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CURITA 19 / MAR 20. 05

TREE TO MARIE.

 

 

Hay días en los que uno simplemente se abandona. Días en los que por alguna razón se aleja de la vida y se deja solo. Suena un poco extraño, pero no lo es. Todos hemos atravesado esta sensación de vacío, de falta. Es como cuando uno se va de su casa y deja prendido el televisor y la persiana a medio cerrar para que todos crean que ahí adentro hay alguien. Yo me siento como esa casa. Abro puertas, prendo luces, contesto llamados telefónicos, voy a recitales, me río, tomo, fumo, como, alimento a mi gato... pero no estoy. Y me extraño. De todos modos sé que es pasajero, que no es definitivo. Volveré a mí. La pregunta es en qué condiciones.  Hace unos días, durante el festival de cine,  vi un mediometraje canadiense que acaso pueda explicar mi estado espiritual. Era una película muy sencilla y hablaba de los Deseos y de la Belleza. Se llamaba Tree to Marie. El argumento era muy simple: una estudiante de piano (Marie) a punto de graduarse tiene problemas para interpretar la Sinfonía en re menor “Árbol”, del compositor noruego Sören Nyssa y abrumada por la complejidad de la obra (he tenido oportunidad de escucharla y lo que puedo decir es que empieza muy sutilmente y que luego llega a un grado de polifonía tal que linda con el caos, pero jamás se hace confusa. Su autor decía que el problema no era tanto la necesidad de más de dos manos para tocarla, sino la de más de dos oídos para entenderla) decide comprarse un árbol y plantarlo en el patio de su casa para estudiarlo y acercarse a la esencia de la obra. La película empieza con Marie intentando una y otra vez tocar la obra de Nyssa. Se detiene. Se pone pie. Mira por la ventana. Vuelve a intentarlo y al fin termina aporreando el piano con todas sus fuerzas hasta cansarse y quedar en completo y desconsolado silencio sobre él. Es un principio cargado de frustración y violencia interior (durante más de tres minutos la cámara toma un primer plano de Marie que no llora, que ni siquiera puede ejercer el desahogo de las lágrimas. Todo en ella es impotencia y frustración y cansancio. Mucho cansancio). Luego se pone de pie y la vemos en el fondo de la imagen (en primer plano quedan las teclas) hurgando en una caja de zapatos y volviéndose hacia el piano con un martillo en la mano. A continuación Marie rompe un chanchito de cerámica, toma todo el dinero ahorrado y va a un vivero a comprar un árbol. La película está llena de guiños, de sutilezas que narran una historia que carece de diálogos. Por ej: cuando Marie va a comprar el árbol, ve los diferentes precios, cuenta el dinero y nota que le alcanza para comprarse un bonsai. Queda encantada con un olmo miniatura y puede comprarlo. Pero no es lo que ha ido a buscar. El bonsai representa lo culminado, lo ya hecho (siendo aún más subjetivo en mi opinión, me da la sensación que Marie se ve reflejada en el bonsai y no quiere esa perfección de lo mínimo. Al principio resulta encantador el árbol-fenómeno, pero si se lo piensa bien resulta angustiante y por esa razón, creo yo, se decide por un árbol de menos de medio metro que cabe en su mochila. Luego lo planta en su casa, en el patio trasero (apenas cuatro metros cuadrados) y todo empieza a ocurrir. Su padre (desempleado), su madre (con dos trabajos) y su hermana menor (una ex bailarina clásica que luego de ser arrollada por un automóvil quedó postrada en una silla de ruedas y se la pasa viendo videos de ballet) ven en el árbol una nueva excentricidad de Marie. Sin embargo, poco a poco, el árbol comienza a ser el centro dramático de la película puesto que todos los integrantes de la familia cuando están solos se sientan junto a él y pasan un largo rato meditando. Marie sigue estudiando la obra de Nyssa, pero lo hace con unos walkman y en vez de seguir la partitura sigue con su dedo la forma del árbol: desde el pequeño tronco, ascendiendo y bifurcándose en cada rama hasta abarcar todas las hojas, las manos de Marie repasan el itinerario musical de la sinfonía en cuya partitura se puede leer como única advertencia de parte del autor para su correcta interpretación  play a tree. Por las noches su padre se va beber whisky debajo del arbolito y simula pescar desde una silla reposera tirando y enrollando una y otra vez  una caña profesional que es obvio que hace mucho tiempo no usa y su madre (en los escasos ratos libres que le quedan) intenta leer a Proust (detalle para nada arbitrario, por cierto) pero siempre se queda dormida mirando las pequeñas hojas del árbol. En cuanto a su hermana,  acaso el más triste de los personajes de esta historia, se la pasa dibujando en su cuaderno y poco antes del final el director nos muestra los dibujos que siempre son el mismo dibujo: ella en su silla de ruedas vestida con tu-tú y con un par alas que le permiten bailar en el cielo alrededor de un árbol enorme y lleno de frutos. La película, el grueso, es básicamente lo que hacen estos cuatro personajes alrededor del árbol. Marie escucha la obra Nyssa, toma medidas del espesor del tronco y  del tamaño de sus hojas, hace cálculos y trata de imaginarse qué tamaño y qué forma tendrá en el futuro su árbol. Su padre toma y pesca. Su madre duerme con el libro de Proust entre los brazos y su hermana dibuja. Los días transcurren y una y otra vez se suceden estas cuatro situaciones. Visualmente es maravilloso puesto que lo único que se ve en la pantalla es un árbol de medio metro, de tronco delgado (no mayor que un palo de escoba) y de pocas hojas con una persona haciendo algo a su lado. Un árbol indefectiblemente nos hace pensar en la vida, en lo que fue y en lo que vendrá. En su trascendencia, en su poder de permanencia cíclica, en su armonía caótica.  Es cierto que el simbolismo es un poco obvio, pero me parece que está tratado desde un lugar de identificación y no de admiración. Ellos fueron, ellos son, ellos serán ese árbol. Sobre todo Marie, quién al fin puede tocar un árbol, porque  ha entendido lo que Nyssa quiso hacer al codificar  musicalmente su crecimiento: hablar del ser humano y de su intrínseca vocación de belleza y felicidad. La película termina con Marie desenterrando el árbol y cargándolo en su mochila. La vemos atravesar la ciudad donde vive montada en su bicicleta y dirigiéndose hacia una pequeña colina donde nada rompe el paisaje.  En la pantalla, en un primer plano, se ve la cara de Marie mientras maneja su bicicleta, sonriendo y detrás de ella aparecen las hojas del árbol que se mueven y se recortan contra un cielo azul (un detalle precioso: durante una de estas tomas, dos pajaritos se posan sobre las ramas y se quedan unos segundos. La risa de Marie, de la actriz, es la sonrisa más bella que he visto en mi vida). La escena final muestra que en aquél  lugar de la colina donde antes no había nada, ahora se elevaba tímidamente el pequeño árbol de Marie.  Marie comprende (yo como espectador comprendí) que eso es el futuro:  un árbol gigante y lleno de hojas que todo el tiempo está creciendo en una colina solitaria sin que nadie lo cuide. Ese por lo menos es el futuro de Marie y ella lo sabe, lo ha entendido y por eso se va sonriendo.  Un árbol gigante y lleno de hojas la espera en el futuro. Cuando empecé esta curita les dije que me sentía como una casa en la que los dueños dejaron el televisor prendido y las persianas a medio cerrar para dar la sensación de que adentro hay alguien. Aún me siento así. Pero algo ha cambiado. Sólo espero que al regresar me diga a mí mismo que este abandono fue productivo y que mi futuro, como el de Marie, se eleva muy alto en una colina solitaria donde todo esta ocurriendo y esperándome.

 

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